Julio Salvidio 

Buenos Aires, Argentina

Cuando miro subido al cordón de la vereda, y siento a la luna en mi cuello,

veo que este asunto comienza en mi esqueleto,

cuando se infla mi pecho en la bocanada que me inspira,

y con la ciudad, desde el cuello hasta la suela,

son mis zapatos los que cantan entre cuadernos violetas,

en la calle me nace acariciar los pájaros en vuelo.

El hombre ciego que parecía triste, tiene una nube en sus ojos,

y lluvias suspendidas en sus párpados,

al entregarle un sueño, veo que le nacen pájaros en las manos,

estrellas fugaces en la voz apagada y tenue,

él ya baja por la espina dorsal de la agonía, son aquellos, los desesperados,

y no me arrepiento de estar solo con el palo borracho,

descubro que tengo espinas en la cama, migas, mal olor, y todo cabe en un puño.

Es obligatorio y necesario salir a parir el día, junto a la brisa,

que se mece un rato, y vuelvo desvanecido con el beso a punto y flor de labio,

no era para vos, era pa’ ella,

mientras con el sexo flácido, no me arrepiento de nada,

ya sé que hubo días oscuros,

pero ocurre que, ahora conozco el punto, cada vez que toco tu piel,

envuelvo el río en un papel celofán,

y me voy despacio a la costanera,

a ver crecer los barcos sin memoria,

que hoy ya no están.

Tampoco ellos. Ni vos, ni yo.