México, una nación que extiende de norte a sur una exquisita riqueza de color, caminos de piedra y alumbrante historia. Se encuentra, de forma escondida y con ojos coquetos la región veracruzana, que con celo guarda en bolsa de tejidos legendarios a su gente que lo ha presenciado todo, que a calcado una a una las huellas de las comunidades que las han habitado. Quizás, una de las joyas de américa latina en la época colonial se sienta en el centro de Medellín de Bravo, aguardando cada madrugada para que la luz del amanecer se cuele por sus piedras y renueve sus más de 400 años de fábula, posicionándose como la segunda construcción colonial más antigua del nuevo mundo.
Es así que allá en la antigua américa de indios orgullosos y carácter imponente se cuenta de la solemnidad de Tecamachales; que, de idioma náhuatl, bautizaron el territorio como ¨En la quijada de piedra¨, ("Tetl" de "Piedra"; "Kamachili" de "Quijada"; "Ko" de "En"). Ahí su gente vio pasar con alarmante respeto a los grandes guerreros de Tenochtitlan, con sus armas artesanas y adornos coloreados de dorado sol, especialmente cuando llegaron los hombres de hojalata, con sus artefactos de fuego asesino y caballos altos, esos que tomaron entre sus manos el señorío santo de su territorio. Algunos incrédulos, cuentan que delante de estos se veía al Arcángel Miguel que lideraba la batalla con su espada plateada y que enseñaba a los conquistadores donde fundar sus ciudades; otros piensan que no era Miguel sino Mictlantecuhtli dios de la muerte, que salió del inframundo para reclutar almas con el único objetivo de crear un ejército que defendiera su templo de los intrusos europeos.
De repente, y como si no pasara el tiempo; llega a Tecamachales dos hombres que dan conciencia de lo singular de aquellas tierras. En la década de 1520 Don Gonzalo de Sandoval y el mismísimo Hernán Cortez fundan sobre la sombra de su comunidad autóctona el municipio de Medellín, que con
la aprobación de Carlos I de España se consagra como parte fundamental del virreinato de México. Pero es en el año de 1529 que la llegada de Don Juan de Zumarraga, Obispo de la región, llega hasta la nueva Medellín, para fundar y bautizar a la segunda iglesia de América Latina con el nombre de San Miguel Arcángel, patrón del pueblo.
Hoy en día, la Iglesia representa un icono de Veracruz, atrayendo a varios fieles todos los años para visitarla. Aún hoy, se cuenta que, al sentarse dentro de ella, se puede sentir un misticismo especial, casi intruso... una mezcla de sensaciones que te van contando de poco en poco los secretos que guarda la iglesia en sus antiquísimas piedras, que se dice… fueron construidas con las mismas piedras del templo de Mictlantecuhtli.