Por más increíble que parezca, el mundo amaneció dado vuelta. Los movimientos y elecciones políticas del último año nos han dejado boquiabiertos a muchos, pero con el voto en mano a otros.

Resulta inevitable hacer una reflexión sobre el papel que ha tenido la comunicación política, los medios de comunicación y el pensamiento del electorado en las sociedades que nos han sorprendido con sus decisiones.

Cuando hablamos de comunicación política nos referimos al conjunto de técnicas y procedimientos que poseen los actores políticos, y particularmente los gobernantes, para atraer, controlar y persuadir a la opinión pública para hacer o no hacer algo[1]y en este sentido es importante considerar el efecto que tiene una campaña en un contexto de desencanto político generalizado, incertidumbre económica y titubeos acerca de la integración internacional.

Diversos analistas políticos han concluido que la inconformidad y ausentismo de los jóvenes en las urnas, el llamado voto millenial, es una posible explicación de los recientes resultados en las urnas de procesos ideológicamente tan significativos como el Brexit. A eso se añaden diferencias entre áreas rurales y urbanas que se hicieron notar tanto en el referéndum inglés, como en las elecciones de esta semana en Estados Unidos, la tendencia es clara.

En el caso de Colombia, la decisión de NO aceptar los acuerdos de paz que venían trabajando el Presidente Santos y el líder de las FARC, también reflejó importantes diferencias territoriales, en este caso expresando el NO en las grandes ciudades y el SÍ en los lugares más vulnerados precisamente por el conflicto armado. 

Estamos ante una realidad que nos convoca hoy más que nunca al diálogo, a la ampliación de los espacios de conversación y controversia. Desde las tendencias en el consumo que hacemos de los medios de comunicación es asombrosa la capacidad tecnológica que nos permite personalizar contenidos y canales, ampliando nuestra capacidad de selección sobre lo qué queremos leer y el uso de algoritmos de búsqueda que determinan qué es relevante mostrar en nuestras noticias del celular y redes sociales.

Esta tendencia pareciera estar no sólo reforzando nuestras opiniones a través de contenidos que nos reafirman sino que, a su vez, nos van aislando en burbujas de información que encogen los círculos de opinión pública a los que nos exponemos, teniendo menos probabilidades de escuchar otros puntos de vista, de tener contacto con otros contenidos y experiencias que relaten una realidad diferente de la que estamos convencidos en defender, o ¿quién tiene entre sus contactos a alguien que defienda y apoye abiertamente al hoy, virtualmente electo, presidente de los Estados Unidos?

Será que estamos construyendo núcleos de opinión cada vez más polarizados e impermeables y que nos haga falta ese sano ejercicio del debate ¿Nos conformaremos con jóvenes hastiados de la política, encogidos de hombros y de cabeza gacha, abstraída en un celular? O, pensando hacia los procesos democráticos que se avecinan en nuestros países ¿qué se puede hacer? ¿qué podemos aportar desde la comunicación pública[2], como ese proceso de diálogo plural y ciudadano cotidiano? ¿qué se hace después de las elecciones?