La velocidad con que se propagan nuevos temas, novedades y opiniones en la web es record en la historia de las telecomunicaciones: desde la Copa del Mundo hasta el brote de Ébola, y desde las elecciones en Brasil hasta el color del(demasiado famoso) vestido, las redes sociales exhiben la multiplicación de las opiniones y debates de una manera extremadamente veloz.
Y es justamente eso. Es que la opinión pública en las redes sociales, en determinados temas, no es la suma o unión de ideas individuales y colectivas sino la multiplicación de las mismas. Temas importantes y trascendentales para la sociedad (local, regional, nacional o mundial) son suplantados con la velocidad de varios clicks, por otros más fútiles. Los trend topics y la viralización corren más rápido que el cambio climático.
Las redes sociales dan mayor libertad de expresión y opinión sobre temas diversos, pero también muchas veces son un arma de doble filo: se cae en la banalización del tópico o directamente en el chisme infundado por la opinión catártica o el pensamiento en voz alta. Hoy en día, así como es más fácil expresarse públicamente(virtualmente hablando), es más fácil y más peligroso caer en el simple chisme o, peor, en manchar la reputación de una persona, un grupo social, una institución. Una trayectoria, una historia. El problema de esto radica en que mientras la opinión es virtualmente pública, la mancha en la figura pública de alguien (persona física o jurídica) es públicamente real.
Facebook y, en menor medida, otras redes sociales se han vuelto el diario íntimo de muchos jóvenes. Lo que hace veinte años atrás se guardaba con candado en un cajón del dormitorio, hoy se exhibe a la luz de la opinión de propios y ajenos. Amigos y desconocidos. Aún a enemigos. Algo que es mucho peor, hay adultos que dan un ejemplo incorrecto o que dejan en el medio de peleas verbales o chismes a menores de edad.
Eso nos deja frente el umbral del nacimiento y crecimiento de una nueva forma de debate público, pero con un grave problema. Esta nueva forma no tiene moderador: la pelea social en un sentido electrónico. Es el libertinaje de expresión en un estado puro y crudo.
Y así como es más fácil conocer realidades de distintas partes del mundo a través de la conexión electrónica, también se extienden cuestiones improductivas o hasta incluso nocivas para la salud. Es por esto que, por ejemplo, Facebook no está preparado en Latinoamérica para menores de trece años, como dice la misma compañía.
No hablamos de que en sí misma, una red social sea mala. Es una herramienta, un recurso, un nuevo ambiente dentro de la interacción social. Es como entrar en un, todavía nuevo y cambiante, denso y amplio, bosque: una persona puede encontrar recursos y herramientas que ayuden a su proyecto de vida y sus subesferas, si sabe lo que busca, o puede perderse o incluso salir dañado. La difamación en Facebook se ha cobrado la vida y la autoestima de muchos jóvenes alrededor del mundo.
Es por eso que como jóvenes adultos o adultos tenemos un desafío: reeducar la opinión pública y hacerla madurar con fundamentos.
Hablando del cambio en la opinión pública a través de las nuevas conexiones virtuales decía en una entrevista Nick Ut, el fotógrafo que tomó la terrible imagen de “la niña de napalm” en la guerra de Vietnam: "Si eso pasara ahora mismo, sería mucho mejor para el mundo, ahora que las redes sociales atraen la atención inmediata sobre algo. Hacen del mundo un lugar mejor".
Si.Las redes sociales hacen un mundo más "controlado", “vigilado” por la opinión pública, el último eslabón de la cadena de poder nacional o mundial: la voz del individuo como actor internacional y que cada vez es más fuerte. Es totalmente cierto. Las redes sociales le dan a ciertos eventos crueles y escandalosos para toda moral, una plataforma de apoyo a la víctima y juicio al episodio sin importar que diga el Consejo de Seguridad, la Asamblea General de la ONU o el poder ejecutivo de un país.
Pero si la sociedad se construye a partir de lo cotidiano, como más o menos proponía Garfinkel en la década del 60, es difícil determinar hasta qué punto las redes sociales hacen bien, o son una espada de doble filo para la juventud.
Comunicamos todos juntos, y comunicamos erróneamente muchas veces. Las verdades no son muchas. La verdad es una porque la realidad es una. Pero la realidad se ve como un paisaje por el cual se está rodeado: depende de muchos factores.
Estamos frente a una generación que nació, ha quedado o está quedando huérfana de identidad, y que ha buscado la paternidad en la vanidad de Facebook y las caras más vistas de la tv.
Por eso los chicos copian: la vanidad de la moda (no toda la moda, sino la vanidad de esta), las peleas del momento en la tv, la promiscuidad como entrada para "pertenecer" a círculos creados e irreverentes y todo eso pone un velo sobre la identidad, la visión de futuro, las relaciones interpersonales, y hasta incluso la vida misma.
Por eso hoy los chicos son transgresores: no por rebeldes, sino por falta de identidad.
El mayor desafío en sí mismo, no son las redes sociales, ni los jóvenes, ni la opinión pública en sí: el mayor desafío está en determinar el origen del comportamiento y fortalecer la identidad, para que estos nuevos espacios de la interacción social sean nuevos recursos constructivos. Y para eso se necesita madurez en la crítica pública, y visión de futuro.