La obra de un escritor, es la exposición del conocimiento y sentimiento, con el único fin de influenciar a aquella

sociedad que le vio nacer. Un autor quiere cambiar lo que en un principio él vivió y comprendió que debía ser cambiado. Es esa motivación de compromiso social para con las nuevas generaciones el motor personal de un autor; cambiar la sociedad que le otorgó aquel pensamiento “de revolucionario a través de la tinta”.

Estos autores de inimaginables obras maestras, estructuran una reivindicación social que cumpla con los derechos que son nuestros por nacimiento. Son estos autores los que luchan por los que derraman  la lágrima de una ilusión perdida. “Amiga no te mueras” proclama Pablo Neruda en su poema. Es la vida literaria que llevan  los escritores,  una constante lucha contra aquel “demonio” que habita en nosotros y que se cultivó desde las malas prácticas sociales de la temprana e  insegura realidad humana.

Entonces, no existe mayor compromiso social que la literatura. Ya que crea incógnitas, morales y sociales; las mismas que representan  aquellos errores que se han cometido con autonomía de manera excepcional. En sí; lo que realiza el escritor, es presentarnos la hipótesis de la vida, para que el lector pueda ser consecuente y discernir acerca de lo que según su conciencia, sea lo verdaderamente correcto y necesario.

El escritor es un crítico de la existencia,  mas no un político por excelencia; como lo expone Sartre: “A menudo se me dice: Hace usted  mala política, como si yo fuera un hombre que hace política”. Es por eso que son consejeros existenciales; guías que enseñan al hombre el juicio que en un momento ellos no tuvieron. Pues el hombre, según Mario Cobo Barona, es un “peregrino” que intenta buscar la felicidad y conforma en su totalidad  la esencia misma de este mundo; el error, la ambigüedad, las risas y el despertar; en términos generales, la vida.