Digan lo que digan, yo pienso que los espejos son fieles: los espejos no narran su pasado, no delatan antiguos moradores.

Cuando me miro en uno de ellos, cada mañana, me pregunto: ¿qué se hicieron los sucesivos inquilinos que he tenido: el niño rapaz, montando un caballo de carrizo, aprendiz de cazador, peregrino de los bosques? ¿el mozalbete indócil, de vida peligrosa, adherida a la cacha de un revólver, con legiones de amigos bajo tierra? ¿qué fue de aquel soñador ardoroso que escribía cartas de amor con la derecha mientras sostenía el libro de cocina del anarquista con la izquierda?

El espejo no narra su pasado, no delata antiguos moradores, todos se fueron hace tiempo; frente a él ahora estoy yo solo y a mi cuarto sólo sube, peldaño tras peldaño, la vieja escalera que ahora cruje sin motivo.